Ahora resulta que Alberto Fujimori me debe ciento y siete mil soles.
Como no soy ingenuo, claro, no pienso cobrárselos.
Si algún día los pagara –hipótesis metaconstatable- los donaría a la cuenta de ese Museo de la Memoria que García no habrá de construir.
Porque de memoria se trata todo esto.
Ayer conversé por teléfono con Alberto Borea, a quien el Perú le debe mucho más de lo que cree en la tarea de haber puesto entre rejas al ladrón y asesino que actuó con el alias jerárquico y extravagante de “Presidente de la República”.
Borea cree que el fujimorismo aceptó que el juicio de La Cantuta y Barrios Altos fuese convencional porque los fujimoristas están convencidos de que nadie en el Perú censura la matanza de civiles inocentes en la lucha en contra del terrorismo.
“Al contrario –añadió Borea–, los fujimoristas piensan que el Perú les aplaude esos crímenes. Por eso es que pensaron sacarle provecho al primer juicio”.
En relación a este último proceso, el pánico de los Raffo y toda esa escoria era que se dieran detalles del robo a mano armada que la banda de Fujimori perpetró en contra del país.
“El problema para ellos es que parte de ese botín lo tiene en sus manos Keiko Fujimori y lo va a usar para la campaña”, dice Borea.
Y dice bien. La hija parásita de Fujimori unta con su nombre todos los muros del país –como lo recordó ayer Javier Diez Canseco- empleando parte de lo robado. Y lo que se viene es un despliegue de poderío económico que la mafia palermitana habría envidiado.
Más allá de la suavidad de la condena y de la delicadeza de la inhabilitación –y de la apelación de Fujimori dirigida sólo a cuestionar el monto de las reparaciones civiles-, lo que quedó claro ayer es que a veces la dimensión de la justicia no alcanza para castigar a gente como “Presidente de la República”.
Ninguna condena reivindicará nuestra memoria. Ninguna condena nos lavará la mancha de haber permitido que Fujimori y su banda armada robaran como robaran y mataran como mataron.
Pero tras los miles de millones de dólares robados y las muertes innecesarias y brutales, está lo intangible: el envilecimiento del país, la supresión bárbara de toda norma de convivencia, el usufructo sin escrúpulos de un poder deliberadamente concentrado con el propósito de delinquir.
¿Cuánto nos tiene que pagar Fujimori a los peruanos, como reparación civil, por haber convertido al país en una charca inmunda donde sólo los inmundos prevalecieron?
¿Cuánto por la putrefacción de la Fuerza Armada?
¿Cuánto por la gangrena de la Fiscalía, la sífilis del Poder Judicial, el asesinato del Tribunal Constitucional, el emputecimiento del Congreso, el Sida de la prensa, la adormidera de la televisión, la castración de la Contraloría, el festival promiscuo de las privatizaciones?
¿Cuánto por los tractores chinos, las comisiones sucias en la compra de los Mig, las maletas del cuñado Aritomi, los envíos de la hermana Rosita, las receptaciones de madame Keiko?
No hay tribunal ni condena ni severidad formal que sean proporcionales a la vergüenza que “Presidente de la República” y su secuaz “Asesor” nos hicieron pasar ante la opinión pública internacional.
No fuimos un país. Fuimos un vómito. No fuimos ni siquiera una dictadura relativamente explicable dado el salvajismo de Sendero. Fuimos una mafia superflua dedicada a robar y a destruir las instituciones.
Y no lo olvidemos: con Fujimori estuvo –y probablemente esté- Dionisio Romero, el mayor banquero del Perú. Y con Fujimori estuvieron los hermanitos Agois, los Genaro Delgado Parker, la Confiep, la CIA (hasta la venta de fusiles a las FARC) y, en general, todos aquellos “liberales” que ahora suspiran por Hernando de Soto y apelan a la amnesia como solución.
Ayer se ha cerrado el capítulo judicial de “Presidente de la República”.
Hoy empieza el juicio histórico al miserable más entero que el siglo XX peruano haya proferido.
Porque dictaduras corruptas tuvimos muchas. Pero nadie intentó lo que Fujimori casi logra: cancerar la médula del país que alguna vez creyó en él.
Raffo –repito: esa derrota de la higiene- tiene razón. El verdadero juicio histórico recién ha empezado.